Uno de los sectores más perjudicados por la crisis del bichito 19 ha sido el de la educación. Todos los estudiantes, pero realmente todos los estudiantes, de preescolar a universidad, han visto interrumpida su rutina escolar. Los profesores se vieron en la necesidad de innovar y, algunos, francamente, se vieron en la necesidad de improvisar sus clases a través de medios electrónicos con la finalidad de cerrar el pasado ciclo escolar. Los alumnos también se vieron en la necesidad de tomar clases en línea, y las tareas fueron enviadas y calificadas por correo electrónico.
En el caso de las escuelas públicas, en México, se inició un programa conocido como #AprendeenCasa con plena valides oficial. Este sistema se implementó en favor de la mayoría de los niños mexicanos que no tienen acceso a internet o a una computadora. El cambio que sufrió el sistema de educación ha generado profesores estresados, padres de familia exhaustos y confundidos con la tecnología, así como alumnos desmotivados, en la mayoría de los casos.
La mayoría de los mexicanos rechazamos la educación en línea y esperamos el retorno a las clases presenciales. Es difícil que la mayoría de escuelas públicas puedan adaptarse a esta nueva modalidad. La vigencia del sistema educativo mexicano, sus instituciones y modo de ejecución, datan del siglo XX. El mundo ha cambiado, sin embargo, parece que la escuela en México, se niega a cambiar. Uno debe admitir que el bichito 19 ha forzado a nuestro sistema educativo a modificar viejos patrones de trabajo en aras de rescatar la educación de la mayoría de los niños y jóvenes de México. Circunstancias de carácter socioeconómico también impiden que nuestro sistema de educación se adapte a esta nueva normalidad. Todos sabemos que la intentona #AprendeenCasa resulta insuficiente para darle educación a nuestros niños y jóvenes. Hay familias con más de dos, tres o cuatro hijos de edades diferentes que cursan, distintos niveles de educación. La mayoría de los padres de familia se quejan de que en casa sólo hay un aparato de televisión para todos sus hijos. Ese es el meollo del asunto.
En cuanto a la educación privada, revistas prestigiadas han pronosticado que el 40% de las escuelas privadas en México podrían cerrar debido a la presente crisis económica. El principal problema estriba en que la mayoría de los padres de familia se niegan a pagar “elevadas colegiaturas”, argumentando que las clases en línea demeritan el estilo de enseñanza que se practica durante las clases presenciales, aunado a que los estudiantes no van a las escuelas. De ahí que los padres se quejen del pago de una colegiatura que incluye todos los servicios inherentes a la educación de sus hijos; servicios que no se ocupan en su totalidad, por ejemplo, transporte, seguro por gastos médicos, cafetería, gimnasio, por mencionar algunos.
Uno podría pensar que las instituciones de educación superior son las que mejor se han adaptado a este cambio. En efecto, uno de los mayores logros de la modernidad es el intercambio intercultural a lo largo y ancho del mundo. Millones y millones de estudiantes tienen la oportunidad de estudiar una profesión en el país de su elección, sin más requisito que el talento, el compromiso y la capacidad del estudiante. Gracias a ese intercambio estudiantil, las universidades más prestigiadas del mundo han mantenido su plantilla de educandos. No obstante a ello, los estudiantes, que tenían pensado iniciar sus estudios profesionales en alguna universidad del extranjero se han encontrado con que el mundo ha cerrado sus puertas a causa de la pandemia. Desde hace varias semanas, por ejemplo, la Unión Europea excluyó a los mexicanos para viajar en la zona euro debido a que nuestro país es uno con los mayores índices de contagios. A pesar de que se trata de universidades de prestigio mundial, muchas han padecido la deserción de estudiantes a causa de la imposibilidad para pagar sus colegiaturas.
Otro problema que enfrentan las instituciones de educación privada consiste en cómo justificar y cómo cobrar colegiaturas tan elevadas, como si no hubiera un parteaguas financiero en lo que va de este 2020. La deuda estudiantil es una bola de nieve que ha crecido desde el cierre de las instituciones educativas y que ha aplastado la educación de muchos mexicanos. Si bien algunas instituciones han otorgado descuentos a sus estudiantes para evitar la deserción y la quiebra financiera, la mayoría, sencillamente, se limita a cobrar el 100% de la colegiatura de que se trate. Una amiga, catedrática del Tec, me cuenta que la mayoría de los educandos de esa institución educativa han iniciado protestas masivas para conseguir, por lo menos, una módica reducción en el costo de las colegiaturas. Los profesores, según me platica, literalmente están saturados con cien y hasta con cuatrocientos alumnos por clase, cuando en circunstancias normales, el número de estudiantes por aula es limitado. Los profesores usan sus propias herramientas para impartir su cátedra, ya que su fuente de trabajo se abstiene de proporcionar los instrumentos necesarios para ese fin.
Así las cosas, el pronóstico de que el 40% de las escuelas privadas en México podrían cerrar por la actual crisis económica, sin duda, será un hecho que veremos en el mediano plazo. Debido a la situación, las innovaciones tecnológicas para impartir clases, cursos, talleres, diplomados, conferencias y demás actividades relacionadas con el sector académico, abundan en la red y están al alcance de todo el mundo. Todo parece indicar que este cambio en la enseñanza ha llegado para quedarse. Admitamos que sólo las escuelas que puedan adaptarse a este cambio podrán mantenerse a flote, sin olvidarnos de que debe haber equidad y sensibilidad en el costo que los padres deben pagar por la educación privada de sus hijos.
Esta nueva manera de enseñar será la fuente de muchos “neoanalfabetos” que no puedan adaptarse a esta nueva normalidad, ya que el entorno nos obliga a desaprender para aprender en tiempos modernos.
La imagen que ilustra este artículo corresponde a la nueva publicación de la revista The Economist, intitulada “el estudiante ausente, cómo el COVID -19 cambiará la escuela”. En una portada diversa de la misma revista de julio del presente año, aparece una familia sentada sobre el sofá y el niño que figura en la imagen usa un casco de soldado, un chaleco con el logotipo de la paz y un par de zapatos rojos. Pero lo más llamativo es la preocupación que observamos en el rostro del menor. Es evidente que el niño de la ilustración, aunque angustiado, se ve obligado a prepararse para enfrentar “un campo de batalla”. Desgraciadamente, éstos ya no son los tiempos de nuestros padres, ni de nuestros maestros, que por el simple hecho de terminar una carrera universitaria, se tenía asegurada una vida próspera el resto de la vida. Un título universitario ya no es garantía de éxito ni prosperidad para el futuro. Miles y miles de jóvenes terminan exitosamente una carrera universitaria sin paradigma ni porvenir. Cuando uno busca empleo siendo joven, es preferible “amarrar una plaza”, aunque no cumpla con nuestros sueños y expectativas. Eso es mejor que vivir con sueños y aspiraciones, pero sin trabajo. La crisis financiera por la que atraviesa México y el mundo demerita aún más los sueños y aspiraciones de nuestros niños y jóvenes ante la escasa oferta de trabajo. La verdad es que en este 2020, mucha gente ha perdido su trabajo. Pero eso no es lo peor: la tasa de desempleo ha engordado bastante durante los últimos meses. Los jóvenes que en este 2020 aspiran a una plaza, a un modesto, pero digno trabajo, francamente, se encuentran frente a un verdadero campo de batalla donde el enemigo es un gigante (desempleo) que ataca y destruye sin piedad alguna. Nuestros jóvenes, soldados sin armas y sin experiencia, destinados están a sobrevivir. Por el momento, no hay más opción.
Por Lic. Francisco Javier Rodríguez
Presidente de la Comisión de Asuntos Internacionales Coparmex Metropolitano.
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